La voraz pandemia que día sí y otro también está empeñada en arrebatarnos seres queridos y nos ha impedido incluso el ejercer los simples y hermosos actos de saludarnos con un apretón de manos, con un abrazo o con uno o dos besos, según la latitud y el uso, han hecho que repique en mí de manera asidua la filosofía del absurdo de Albert Camus que plantea que la vida “carece de todo sentido, no hay ni una finalidad, ni un objetivo superior que satisfacer”.
Camus planteaba que la vida es insignificante por sí misma y que solo poseerá el valor que nosotros queramos darle y que deberíamos alegrarnos por la falta de este fin último y no desolarnos, porque nos permite ser dueños y constructores de nuestra vida.
Para el celebre periodista, dramaturgo, escritor y filósofo de origen argelino, hay 3 formas de enfrentar esta ausencia de sentido de la vida:
La primera: el suicidio como salida. Con la fatal confesión de que la vida nos ha superado, que no la entendemos, que no la podemos explicar y que concluimos que no vale la pena vivirla.
La segunda: entregarse a una fe porque es visto como la negación del absurdo, negar la evidente carencia de sentido de la vida. Cuando no entendemos a la vida, aparecen los dioses y los dogmas para dársela y así poder vivir a salvo de la incertidumbre.
La tercera: aceptar el absurdo, renunciar a buscar explicación y vivir la vida con la independencia, la autodeterminación y la insignificancia individual que se desprenden del supuesto de que esto es todo cuanto hay, de que no hay Dios ni vida futura en otro tiempo y lugar, pero sin jamás perder de vista que, a pesar de todo, la vida vale la pena vivirla.
Salir a dar un paseo en una mañana despejada, ver un naranjo en flor, una señora limpiando su vereda, un señor mayor en bicicleta, un viejo Fiat 500 sembrado en un terreno, las hojas de los espárragos silvestres, un olivo apacible, una higuera renovada, flores silvestres con colores estridentes, pequeñas piñas creciendo en el pino, los cardos y pencas con su fruto en forma de alcachofa, el sol brillando en el horizonte, el río manso y constante… poder disfrutar de todos los regalos que nos da la primavera en el Levante valenciano, me sirven para comprender que a pesar de todo, aceptando el absurdo de la vida y de la época, cada segundo en este mundo vale la pena ser vivido con intensidad.
La única manera de lidiar con este mundo sin libertad es volverte tan absolutamente libre que tu mera existencia sea un acto de rebelión
Albert Camus




























