A veces entre actividad y actividad de trabajo, suelen aparecer horas libres, en las que la tentación de no hacer nada, vaguear o descansar echado a la bartola en cualquier esquina soleada de un parque, o de clavarme en el teléfono a leer cosas interesantes y boludeses por igual proporción, o de refugiarme en la soledad e intimidad del auto en el que hay confort y temperatura regulable más una radio que acompaña y arrulla, pierden ante las ganas de dar una vuelta y sacar unas fotos del paisaje urbano para jugar a la pretenciosa idea de captar un poquito de la esencia y tiempo de un determinado lugar.
Participo como miembro de un equipo que desarrolla uno de los 5 proyectos del Grow Green de Benicalap, un proyecto europeo de innovación ambiental que se desarrolla en el tradicional barrio valenciano de Benicalap. Es un barrio que tiene dos caras: la antigua, copada de edificios multifamiliares, de casas antiguas de dos plantas, con un parque con frondosas especies, la ciudad fallera en donde los artistas valencianos construyen sus ninots y escenarios fastuosos, de un tranvía al que le quedan aun muchos viajes por delante, de almuerzos con bocadillo de chipirones, birra, cacahuetes y olivas, de mujeres comunistas que convocan a una huelga, de muchos mayores que caminan lento y se parajes cualquier esquina a seguir viviendo; y la nueva, del fallido Nuevo Mestalla, de una súper avenida por donde se entra y sale de Valencia, del barrio nuevo de rascacielos, de bares pijos, de urbanizaciones del siglo XXI, y de una modernidad que desde la parte antigua, se ve cercana y lejana a la vez.














