Mi suegro fue un maestro de la vida que honró su vida. Ejerció su libertad, incluso hasta después que las fuerzas lo acompañaron. Dignificó a sus antepasados y dejó un legado a su descendencia. La tristeza que se hace evidente principalmente por mis ojos que se expresan en esa lágrima que inunda los párpados, pero se resiste a brotar, inevitable rasgo humano que nos permite aún conmoverme en el absurdo mundo del siglo XXI -la versión Planeta de los Simios con gente que ataviada con mascarillas se saluda frotándose los codos-, me da tregua a ratos, para recordarlo tal como fue: un optimista del mundo y de la humanidad; con la frugal, tierna y cándida esperanza en que sus sucesores construyan y luchen por un mundo más justo en todos los sentidos.
Ejecutó su condición de ciudadano global desde muy temprano, fue un globalizado prematuro: dejó atrás a su padre y madre, a sus hermanos y hermanas, a su Jordania natal, y a mediados de los años 60 cambió el mundo árabe, en el que no imperaba (ni impera el derecho civil), por el mediterráneo español, por unas costas valencianas, por una España en la que el franquismo apestaba, más que nunca, a descomposición y putrefacción. Fue parte de la fuerza transformadora de la juventud, de ese mundo llamado transición española, en la que la nueva monarquía parlamentaria y sus partidos políticos, luchaban y lograron consensuar en un pacto social que dejó conforme a muchos y excluyó a muchos otros, por instaurar ese imperfecto y fallido sistema de gobierno y representación llamado democracia, en los que los principios republicanos franceses, libertad, igualdad y fraternidad, aún más de cuatro décadas después, son reclamos que requieren ser reivindicados día tras día.
Fue un orgulloso originario de Al Karak, lugar de procedencia de su tribu: los Halasa. Nació el 6 de agosto según su familia y 12 del mismo mes según el registro civil jordano, en la ciudad de Al Husun y vivió en varias ciudades del norte de Jordania. Su nombre fue Mukhles Jeries Halasa, esté donde esté, siempre se consideró de Al Karak. Cercano a los 20 años cruzó el Mar Mediterráneo y se instaló en Valencia, allí se formó en la universidad y desarrolló el inicio de su carrera profesional como médico. Fue también allí en donde junto a Lolín, mi suegra, quien desde sus 17 años en adelante lo acompañó en el camino, iniciaron una familia trayendo a la vida a Zeina, hecho por lo que merecen ambos un agradecimiento eterno e infinito de mi parte.
Ya como un médico con experiencia y con su deseo de aportar en su lugar de origen se instaló junto a Zeina y Lolin en Amán, capital de Jordania, en donde la familia creció con la llegada de mis cuñadas Tania y Sandra, quienes disfrutaron del querer de su familia paterna y crecieron aprendiendo y melando las claves de la cultura árabe y su particular interpretación del mundo.
Mukhles fue un maestro para mí, aprendí mucho de sus actos, miradas, palabras y silencios, de su trayectoria personal. Espero que la vida me premie con tiempo para ser el tipo de padre que él fue con sus hijas, para ser ese hombre divertido, afable, encendido y efusivo, capaz de ser esa figura paterna que permita que sus hijas lo amen por siempre y para siempre, y viceversa.
Lo conocí allá por 2010, cuando su principal y casi única preocupación, era que ninguna de sus hijas se casara con un muchacho musulmán. Conmigo estuvo todo bien desde el principio, Zeina le contó que yo era ecuatoriano, y a él le pareció fabuloso, sobre todo porque cumplía absolutamente con el criterio número uno de su crida: yo no era musulmán, con eso, y con el procesamiento del análisis visual de hombre que ha vivido y sabe, advirtió en mí un ser apto para compartir vida con su hija mayor, para que sea uno de los responsables de su descendencia.
Tuve que esforzarme para comprender su oposición radical a que sus hijas, cristianas como toda su familia, pudieran casarse con un musulmán. Pude entender luego que su posición era la de un hombre árabe liberal, con muchos años de vida en Europa, que tuvo tres hijas mujeres, que las crio con todo el amor y orgullo que un padre pueda tener por sus hijas, por eso se encargó de decirme a mí y todo el mundo, que no cambiaría a sus hijas por nada, que cada una de ellas lo había hecho completamente feliz, y que lucharía hasta el último momento de su vida porque cada una de ellas fuesen libres.
Él, un aventurero que junto a sus amigos jordanos con los que convivió en Valencia, coexistió con la trasformación de la vieja Europa de dictadores, en un lugar de libertades e imperfectísima democracia, no quería que sus hijas no pudiesen disfrutar de la posibilidad de elegir su destino. No se conformaba con que desperdiciaran su vida compartiendo la vida con un hombre con el que a la larga terminarían supeditándose a su voluntad, ni humilladas por una ley secular en la que ser mujer continúa siendo una desgracia. Podemos estar contentos con que se fue tranquilo y en paz, sabiendo que sus hijas son libres y viven en países en los que, aunque la igualdad es poco aplicable, la libertad tiene aun límites discutibles, y la fraternidad está en veremos, gozan del derecho a elegir su camino y eso para un hombre de su época y ética, es un legado del que sentirse verdaderamente orgulloso.
Si bien sus últimos tiempos lo encontraron física y mentalmente mermado, desde hace un par de años atrás pudimos acompañarlo y disfrutar de su compañía junto a Zeina y nuestras pequeñas Salma y Martina. En los últimos años tuvo que volver a dejar su tierra para volver a un territorio valenciano, que fue finalmente su segunda patria. En sus últimos tiempos pudo disfrutar de ser abuelo cotidianamente, eso le dio muchos momentos de felicidad y plenitud a su existencia. Estuvo encantado con las gamberradas de las pequeñas, victoriaba el carácter combativo y capacidad de generar bullicio de la más pequeña, la rubia Martina.
Siempre, hasta el final conservó su optimismo y su espíritu combativo. Estuvo dichoso el día en el que encaré con mucha vehemencia a un vecino incapaz de entender nuestra situación con niñas pequeñas y ancianos con movilidad reducida; otra vez, lo encontramos sentado en el balcón manteniendo un diálogo increpatorio con el susodicho y su cuñado, quien había sido traído como refuerzo desde su casa, quienes desde la otra acera intentaban, supongo, intimidarlo. Me metí desde el balcón de arriba e invité a mi vecino y a su refuerzo a que me toquen el timbre y que bajaba enseguida. El cero empático vecino y su cuñado se fueron y todo quedó ahí. Mukles eso sí, se enojó y le dijo a Zeina que me diga que “él es capaz de pelear sus propias guerras”, prácticamente me mandó a que me meta en mis asuntos y me hizo partir de la risa. Un crack, “siempre para adelante, hasta el final…”dijo Lolin.
Cuando la niña de cuatro años pregunta por el abuelo que hasta ayer pudo ver acostado en su cama, Zeina Le contesta que se fue al cielo y se convirtió en una estrella, “cuando llegue la noche, si las nubes lo permiten, podremos verla, saludarlo y conversar con el Dodo” cuenta la madre a la niña con saudade. Todos quienes lo quisimos miramos hoy el cielo buscando la estrella que busca Salma, esa que se atreva a hacernos un guiño y nos permita sentir que desde algún otro punto de la existencia, siempre nos acompañará en el camino que nos queda por recorrer en esta vida.