FOTORREPORTAJE: Del Bombillo soy y eres la alegría de mi corazón

Uno de los roles de los que más he disfrutado en mi vida, es el de hincha del Club Sport Emelec. Papel de hincha en el que uno disfruta, sufre, analiza, acompaña, se indigna, se expresa y forma parte de sus pensamientos. Uno puede jugar a su manera el partido, según sus circunstancias, pero finalmente lo puede jugar desde cualquier lugar del mundo. En los bordes de una cancha o en las gradas se juegan partidos en los que se puede medir el pulso de cada causa que suele tener nombre de club y apodo de mito.

A mí el destino me regaló un caramelo: trajo al Bombillo a hacer la pretemporada en 2020 muy cerca de donde vivo en la provincia de Valencia (España) . Tener un partido del Emelec a cortos 15 minutos de tu casa, es un regalo que no te lo puede conceder seres tan poderosos en logística como Papá Noel o los Reyes Magos, ni el papa de Roma, ni gurú o semidiós alguno del planeta, un ser divino tal vez.

Volver a sentarme junto a La Boca Del Pozo, escuchar el repertorio completo de temas musicales cocinados desde hace más de 20 años, y hasta el clásico “Y ya lo ve…”, oír a una hinchada que no para de cantar y hacer bulla durante casi dos horas, conocer a cada uno de los jugadores que están sobre la cancha, y a los que no juegan, intentar entender cual es la idea del entrenador, jugar a entender que piensa, que hará y debería hacer, sufrir con cada ataque del rival y con cada pelota dividida perdida, ilusionarse cuando se crea un espacio en ataque y la pelota tiene dirección endiablada hacia la portería rival, hacer fuerza defensiva con el alma en cada centro que cae área propia, o ayudar también de alma a empujar la pelota en el otro arco, sentarte en la tribuna con un amigo a ver lo mismo, es un regalo divino que solo un hincha es capaz de entender y apreciar.