Siempre me ha interesado descubrir lo que está más allá del borde. De niño escuchaba historias sobre un pueblo que se llamaba Zumba que hacía frontera con el Perú, muy remoto, al que se podía llegar desde Loja (mi ciudad natal) bordeando precipicios, por una carretera que según el capricho del clima te dejaba llegar o no, después de hacer muchas horas ( de 8 a 10), siempre y cuando no hubiera “derrumbos”.
En 2014 volví a residir en Loja después de muchos, muchos años. En una comida de amigos escuché a unos colegas la historia de un viaje hacia Chachapoyas, más abajo de Zumba, que había sido relativamente plácido y que permitía conocer Zumba y la los impresionantes atractivos de la sierra norte del Perú.
“Ahora o nunca” pensé. Convencí a Zeina y en las vacaciones de fin de año nos enrumbamos hacia Chachapoyas para descubrir el paisaje y lo atractivos de los milenarios pueblos que allí se desarrollaron. Aunque el camino había mejorado, tuvo su dificultad por los cortes en la circulación, los derrumbes y cruces inundados que obligaron a que nuestro Hyundai Tucson Blanco tuviese que ser remolcado por un camión para poder atravesar el barro en el que se había anclado. Al final llegamos al destino, este es resultado fotográfico del principio de un viaje que nos dejó una seria inquietud: ¿A quién miran y esperan los Chachapoyas?






















