La primera vez que llegué a Rosario fue allá por 1999. Recuerdo claramente que cuando nos acercamos a la entrada a la ciudad, había un impresionante cartel que nos daba la bienvenida con un mensaje que impactaba: «Bienvenidos a Rosario, tierra de grandes: Alberto Olmedo, Libertad Lamarque, el “Che” Guevara, el “Negro” Fontanarrosa, y Fito Páez». -Se la tienen creída estos come gatos, no existen– fue el análisis que sobre el cartel hizo la amiga porteña que me acompañaba.
Y es que salvo Libertad Lamarque, de quien hasta entonces conocía poco y nada, aunque me sonaba el nombre de quien fuera Novia de América, el resto de personajes entraban sin lugar a duda en el top ten de mis héroes. -Cerca, Rosario siempre estuvo cerca, tu vida siempre estuvo cerca, y eso es verdad…- canté bajito una estrofa del Tema de Piluso de Fito, buscando ver cual era la reacción del conductor, otro amigo porteño que triplicaba mi edad y que enseguida entró al trapo. Espetó: «mirálo al ecuatoriano, fan de los come gatos resultó, solo le falta ahora ser Canalla o Leproso».
La verdad es que de alguna manera Rosario siempre estuvo cerca de mí. La historia tragicómica de Alberto Olmedo me cautivó desde muy pequeño, representaba de alguna manera lo prohibido: vedettes despampanantes con muy poca ropa para la época y un humor de doble sentido que los padres, con justas razones, consideraban inapropiado para chicos.
Aunque no entendía ni la mitad, trataba de arreglármelas para quedarme despierto los viernes por la noche para ver aunque sea un poquito del último programa de éxito televisivo que tuvo Alberto Olmedo: No Toca Botón. Frases de sus personajes como «éramos tan pobres…» o «y, si no me tiene fe…» o «siempre que llovió paró» están definitivamente instaladas en mi memoria, así como lo está el fatídico desenlace de 1999. cuando el “Negro” voló desde el balcón de un noveno piso en Mar del Plata y se apagó luz brillante del humorista e hizo que Fito pregunte en su canción: “volar, volar, volar volar… ¿cómo es Alberto volar al más allá?”.
Ya en la adolescencia me acerqué a Rosario por medio de las canciones de Fito, los ideales del “Che” y el humor del “Negro“ Fontanarrosa. Rosario siempre estuvo cerca… Pude imaginarme la vida costumbrista rosarina con la Mariposa Tecknicolor de Páez en 1994; luego llegaría el primer diario del “Che” y como junto a los los hermanos Granados soñaban con conocer como era el mundo al atravesar la cordillera de los Andes; al mismo tiempo empecé a aficionarme al humor negro de Inodoro Pereira, el Renegau, que me enseñaban sobre la vida, con sentencias rotundas en tono gauchesco, como cuando a Mendieta, su amigo perro al que le contaba sus penas y andanzas, le confesaba: “Ahí ando Mendieta, mal pero acostumbrao”.
Me alejé de Argentina a finales del año 2001, de hecho, me alejé de Rosario, de Buenos Aires, de Quito, de Loja, de Sudamérica para probar suerte del otro lado del charco y transformarme, como ese Rosarino en Budapest del que hablaba Páez en su canción:
Cuando yo me vaya de aquí
me iré por todas partes transformándome
taza, pico, sexo, moño, caño, delay
o un rosarino en Budapest…
Luego de exactos 15 años tuve la necesidad y la posibilidad de volver a pisar suelo argento para solucionar temas burocráticos. Lo primero que quieres ver cuando regresas a un sitio donde viviste, son los amigos, esos hermanos que te ha dado la vida y a los que cada vez que ves parece que el tiempo se hubiese detenido porque te los entrega igual que cuando los dejaste, así hayan pasado meses, años, lustros o décadas. Armé mi agenda para encontrarme con mis panas, algunos están en Capital Federal, otros en la provincia de Buenos Aires y otros, con quien hice yunta en España, se habían radicado en Rosario y en poblaciones cercanas, así que de ahí nació la primera excusa para hacer este trabajo.
Fueron varios los motivos que conforman la segunda razón para que me interesase por Rosario y el fútbol rosarino. En Argentina las minas rosarinas tienen la fama de ser las más hermosas del mundo, algo que por supuesto, incluso para los casados y vocacionalmente fieles como yo, resulta un llamado y una necesidad de comprobarlo empíricamente por motivos simplemente estéticos, para contarles a otros si es verdad o es falso el rumor que se ha extendido, vocación periodística que le llaman.
El hecho de que tantos personajes del fútbol que han triunfado mundialmente hubieran salido de Rosario, es otro de los motivos que siempre me atrajeron e incentivaron a buscar qué tiene de especial esta urbe. Crecí y sigo aprendiendo de las sabias palabras con las que César Luis Menotti ha sido capaz de filosofar sobre la vida partiendo desde su posición de hombre del fútbol. Descifrar a Marcelo Bielsa y aprender de su consecuencia como persona en un mundo hipercapitalisa me han enseñado mucho sobre la vida.
Leer a Jorge Valdano y saber que existen en el fútbol personajes de su capacidad y talento, adentro de la cancha y de cara a las letras, es un bálsamo de esperanza para que el fútbol pensante siga vivo; escuchar que Gabriel Batistuta (que no es rosarino pero empezó su carrera en Newells) un multimillonario futbolista al que le llegaron a hacer una estatua en Florencia regresó a su pueblo natal y puso a su hijo a trabajar en una fotocopiadora para que aprenda el valor de las cosas ganadas con su propio trabajo; escuchar a otros personajes capaces de dar enseñanzas como el “Patón” Bauza, o a un entrenador que está en la cima del fútbol mundial como Mauricio Pochettino (también se hizo profesional como futbolista en Newells); más el hecho que el mejor futbolista del mundo en activo, un tal Lionel Messi, sea rosarino, hacen pensar que algo de especial debe tener la ciudad que está a orillas del Río Paraná.
Antes de viajar me puse en contacto con mi amigo Gualberito. “Gu” estaba feliz porque había sido padre hace pocos días, se puso muy contento de la sorpresiva visita, me dijo que les avisaría inmediatamente a sus hermanos Julián y el “Bar” (Javier), y que ni se me ocurriese buscar un hotel, si no que sus hermanos me harían un espacio para que me acomode en el piso en el que viven, que queda arriba del que él vivía con Andrea, su chica, y el precioso recién nacido Juan Lorenzo.
Gualbertito hizo los arreglos para contratar el remís de Valeria, la novia de un amigo de su pueblo, quien nos llevo en su auto y nos presentó a gente para conversar. Recorrimos la ciudad en dos días, el “Bar Bar Bar” dejó por unos días su campo, sus vacas, y cámara en mano me acompañó en un recorrido que nos permitió llenar muchas tarjetas de memoria, visitar los lugares emblemáticos de la ciudad, meternos en los lados chetos y en los más populares, y que luego de editarlo y tenerlo guardado por mas de dos años en un disco duro, siempre presente en mi lista de tareas pendientes, se plasmó en esto que esperemos haga justicia a la belleza de una ciudad que quien visite Argentina, debería incluirla obligatoriamente en su ruta.
Empezamos por los sitios fundamentales: el Monumento a la Bandera, la costanera, el Parque Independencia, el monumento a Alberto Olmedo, el Parque Irigoyen y la estatua gigante del “Che” Guevara, la peatonal Córdoba, el Café El Cairo…

























Un clásico que se vive todos los días
No recuerdo si leí, escuché en la radio o en algún programa televisivo, que el “Negro” Fontanarrosa era totalmente noctámbulo y que consideraba que obligar a los niños a despertarse tan temprano era absolutamente antipedagógico: “Al llegar los niños medios sonámbulos a clases, es imposible que rindan en sus actividades escolares” contaba. Defendía su hipótesis con su ejemplo de vida. Relataba que luego de pasar por la forzosa necesidad de levantarse a la madrugada desde infante hasta adolescente para asistir a todas las etapas de la enseñanza obligatoria, decidió no volverse a levantar antes del mediodía nunca más…
Mal no le fue en cuanto a productividad, ya que logró convertirse en escritor, dibujante y humorista que dejó notables personajes como el ya citado “Inodoro Pereyra”, “Boogie el Aceitoso” , centenares de cuentos, y varias novelas en las que supo plasmar de manera magistral la mística del fútbol y la amistad. “Después del colegio, solo dos veces en mi vida me desperté antes del medio día. La primera fue cuando mi mujer me despertó para avisarme que había fallecido mi viejo. La segunda fue cuando ella misma me despertó para darme la noticia de que Diego (Maradona) había firmado con Newells, no sé cual de las dos noticias fue peor…” cerró con su inefable sentido del humor. La anécdota además de confirmarme que no era el único que pensaba que es antipedágogico despertar tan temprano a los chicos, sirvió para encender mi curiosidad sobre una rivalidad que tiene fama de ser la más enconada de toda la Argentina.
Según el portal Infobae la leyenda señala que los apodos que identifican desde antaño a unos como “Canallas” y a otros como “Leprosos”, nacieron de un mismo hecho. Si bien han habido muchas versiones sobre el tema, la más difundida popularmente dice que en la década del 20 ambos equipos fueron invitados a jugar un partido amistoso a beneficio del Patronato de Leprosos de la ciudad de Rosario, institución que albergaba a las personas que sufrían esta enfermedad. Pero Central se negó a participar del encuentro y no se presentó a jugar. Los hinchas de Newells castigaron el no de su rival con el grito de: ¡Canallas!, mientras que desde el otro bando respondieron exclamando: ¡Leprosos!
La leyenda que yo conocía, que me imagino la saqué de alguna lectura de El Gráfico, iba por ahí, pero tiene tintes más dramáticos y literarios: ambos equipos se enfrentaron en un partido a beneficio del leprosario de Rosario, pero la rivalidad ya era enconada, por lo que el encuentro futbolístico no terminó bien, algo que lamentablemente terminaría siendo parte del clásico. Los aficionados de Central se sintieron perjudicados por el árbitro y el grado de indignación fue tal que incendiaron algunas instalaciones del leprosario, lo que fue catalogado por los de Newells como un hecho perpetrado por unos canallas, de ahí surgió el sobrenombre de Central; mientras que los de Central al ver que sus rivales se sentían tan identificados con el leprosario, empezaron a llamar leprosos a sus rivales.
Cuándo empecé este trabajo periodístico vino a mí una pregunta ineludible: ¿Podré retratar clásico rosarino aún sin estar presente en un día en que se juegue un partido? Es la primera ciudad grande que conozco, el censo del Indec la ubica por detrás de la Ciudad de Buenos Aires (2.891.082) con 1.198.528 personas, en la que se puede contestar con un rotundo sí. Es que se trata de un clásico que se juega todos los días y en todos los espacios, en la chicana permanente entre hinchas.
“Central es un sentimiento, una fiesta, eso nunca lo van a entender los pecho fríos, es imposible que lo entiendan porque por eso les dicen pechos fríos” te dice uno de Central sobre los de Newells con el apodo despectivo que intenta significar que a los del rojo y negro les falta pasión. “Son de la B, esa es su categoría, no podemos compararnos con esos muertos, Ñuls puede compararse con Boca, con River, con Independiente… Central con Aldosivi de Mar de Plata, con Colón de Santa Fe, o con Central Córdoba” sentenció un fanático de la Lepra, refiriéndose a los descensos a la segunda categoría que la Academia Rosarina ha sufrido en las últimas décadas.
El clásico se juega además permanentemente en la disputa del espacio público, por medio de graffitis artísticos, pintadas delincuenciales, marcas en esquinas, huellas en el heraldo público y en el territorio que es de nadie y a la vez de todos. Uno recorre Rosario y se encuentra que las combinaciones amarillo-azul y rojo-negro están por todos lados, en el centro, en la periferia, cerca de los monumentos históricos, en los barrios de clase alta, en los barrios de clase media, en las villas. Resulta difícil recorrer un par de manzanas sin encontrar alguna referencia o marca territorial en un bordillo, en un poste en la misma calle o en cualquier pared.























Los hinchas de Central se jactan de que los personajes e iconos de la cultura rosarina son reconocidos canallas. El “Negro” Olmedo, el “Negro” Fontanarrosa, Fito Páez, Libertad Lamarque, el “Che” Guevara, que lo conocen en todo el mundo, entre otros, fueron y son de Central. “De Newells Pablo y Pachu… dejate de joder” se burlaba un rosarino que conocí en una fiesta en Barcelona y que se refería con desprecio a dos cómicos rosarios reconocidos hinchas de Newells que participaban a finales de los 90 y entrado el nuevo siglo en los programas humorísticos Video Match de Marcelo Tinelli. La fiesta y la pasión con la que los aficionados de Central viven es otra de las cosas que les gusta remarcar a los seguidores de la Academia Rosarina, los recibimientos al equipo, las previas, los asados y la festividad con la que se viven las previas a los partidos en El Barrio de Arroyito son parte de la identidad de los aficionados canallas.





















Los hinchas de la Lepra consideran a su equipo como el equipo más grande del interior. Newells tiene 6 títulos nacionales en la primera división Argentina, por lo que avalan su tesis los campeonatos obtenidos, además en sus filas jugaron dos de los que para muchos son los mejores jugadores de fútbol de toda la historia: Diego Armando Maradona, jugó 5 partidos oficiales y 2 amistosos con la camiseta rojinegra (el inolvidable partido de retorno contra el Club Sport Emelec, mi equipo de toda la vida); y Lionel Messi, jugó 176 partidos en las divisiones inferiores, entre 1994 y 1999, anotó 234 goles con un promedio de 1.33 goles por partido, pero luego tuvo que abandonar al equipo que no podía costearle el tratamiento para el crecimiento que requería y continuó su progresión en el F.C. Barcelona, en donde se ha convertido en una figura indiscutida del fútbol mundial de todos los tiempos, y siempre cuando le es posible recuerda su amor por el club del Parque Independencia.
El Gigante de Arroyito

















Ubicado en el bulevar Avellaneda en el barrio conocido popularmente como Arroyito, el Gigante de Arroyito, fue inaugurado oficialmente en 1926 y luego de numerosas reformas, logró alcanzar la actual capacidad de 41.654 espectadores. Fue sede del Mundial de la FIFA de 1978, en donde se disputaron 6 partidos, 3 en la primera fase, y 3 en la segunda, en la que la selección local de Argentina obtuvo su paso a la finales en el polémico partido en el que venció por 6 a 0 a la selección de Perú.
El Gigante de Arroyito luce imponente, su cancha es una alfombra verde sedosa y viva. Sus puertas abiertas de par en par, nos permitieron ingresar sin ningún problema, con un simple permiso del encargado que con muy buena onda se puso a conversar con nosotros y nos permitió a los pocos que pasábamos por ahí ingresar y pisar el gramado, tomar fotos, sentarse en los banquillos posar en los arcos, sin ningún drama ni fines comerciales ni nada, pasamos nomás con la normalidad que sería imposible de ver en otro equipo grande de otras partes del mundo.
No fue la cancha ni la inmensidad lo que más impresionó del Gigante de Arroyito, me quedé deslumbrado con el túnel que conducía por debajo del bulevar Avellaneda al espacio social con centenares de puestos para hacer asados y con una playa de río que invitaba a saborearla. “Eso es el Caribe Canalla” me ilustró Valeria, nuestra guía, y pude imaginarme mejor a qué se referían con eso de “Central es una fiesta”.
El Estadio Marcelo Bielsa




















Inaugurado en 1911 el estadio de Newell’s Old Boys está ubicado en el Parque Independencia, corazón de la ciudad de Rosario. Aquello que comenzó con una tribuna de madera se fue consolidando, y tuvo diversos hitos que permitieron llegar al Coloso del Parque, tal como se lo conoce hoy en día, que tiene una capacidad de 42 000 personas. Desde finales de 2009 se llama oficialmente «Marcelo Bielsa» y la platea de la visera lleva el nombre «Gerardo Daniel Tata Martino», dos de los grandes ídolos de las últimas décadas.
Además de la belleza natural del Parque en el que está situado el Coloso, la gran cantidad de adolescentes del colegio, las canchas de tenis y otras disciplinas deportivas que rodean al escenario principal junto a la tienda oficial hacían prever que sería más difícil ingresar a conocer el Marcelo Bielsa. Fue falsa la impresión porque le contamos al encargado de la puerta de qué se trataba nuestra visita y sin más nos permitió el ingreso a una de las populares. “A la cancha no que luego me cagan a pedos” nos advirtió, así que cumplimos con nuestra parte del trato y desde la popular buscamos los mejores ángulos para retratar el interior de un Coloso en el que el mensaje institucional se aúna con el de la afición en sendo mensaje pintado en las esquina de la popular: “El más grande del interior”, y con estrellas de considerable tamaño en la tribuna principal: “1974”, “1987/1988”, “1990/1991”, “1992”, “2004”, “2013”.
El Folklore y la violencia
En la Argentina, al igual que en el resto de Sudamérica, el límite entre folklore futbolero y la violencia, es una línea pisoteada, vilipendiada y puteada a más no poder, prueba de ello es que el pasado noviembre de 2018, un cruce correspondiente a la Copa Argentina que se definía a partido único, ante la posibilidad de jugarlo en uno de los dos estadios grandes de la ciudad con la presencia de ambas hinchadas, algo que no ocurre desde hace ya 10 años atrás en la SuperLiga Argentina, fue desestimada por el consejo de la policía y el gobierno local, dudosos de su capacidad para garantizar la seguridad en el estadio, y ante la alternativa de jugarlo en otro lugar que generaba un problema logístico: el traslado de las dos hinchadas por carretera, fue programado para el 1 de noviembre, en horario diurno, sin hinchas y en el estadio del Arsenal de Sarandí, uno de los más pequeños de los alrededores de Buenos Aires.
Parecía que más bajo no se podía caer, luego vino el episodio de la final de la Copa Libertadores entre River y Boca y el clásico porteño demostró al mundo que siempre hay una posibilidad de estar peor.
Con el título de su nota, Rodolfo Chislanchi (1 de noviembre de 2018 publicada en El País de España), lo decía todo: Rosario y Newell’s, el clásico más enfermo del mundo. Chislanchi cerraba su nota con un hecho y una sentencia que pueden ayudar a entender lo que el escritor Carlos Gallego llama la “enfermedad”: “Rosario Central ganó 1-0 aquel choque del 19 de diciembre de 1971 con un gol de palomita (en plancha) de Aldo Pedro Poy. Durante más de 40 años y hasta que le dio el físico su autor fue convocado para repetir el vuelo y el cabezazo en cada aniversario. Una muestra más de una fiebre que hace ya mucho tiempo es el síntoma más evidente de una patología social sin remedio a la vista.”.
Cuando estudiaba en Buenos Aires en la escuela de periodismo allá a finales de los 90, estaba más obsesionado con las hinchadas que con el fútbol en sí, me costaba ir a una cancha y ver los partidos, era como un niño fascinado por las canciones de cancha, queriendo grabar siempre las tonadas y entender lo que decía cada hinchada. Había en ese entonces un programa de Tv producido por TyC Sports llamado El Aguante. Conducido por Martín Souto, era un espacio semanal dedicado a mostrar únicamente lo mejor (lo peor da motivos de sobra para salir semana tras semana en los noticieros) de las hinchadas: los rituales, los trapos, las canciones, de que equipo eran los jugadores profesionales, las liturgias y las prosesiones.
Hubieron dos clásicos que siempre esperaba en El Aguante con ansias para ver que se habían dicho: Huracán vs. San Lorenzo (cuando el Globo estaba en la A); y Rosario central vs. Newells. Las acusaciones de lado y lado resultaban y aún resultan desopilantes.













Pedí a Valeria que me ayude con sus amigos con audios de Watsapp sobre Central. El abandono de la cancha en un clásico que iba 4 a 0, la palomita de Aldo Pedro Poy en la semifinal en el Monumental de River que permitió a Central eliminar a Newells en la semifinal del Nacional de 1971 que significó el primer título nacional de Central, la chicana de pechos fríos, el supuesto falta de aguante de su rival, el sacar pecho por los ídolos extra fútbol, la fiesta alrededor del Gigante en los días de los partidos, fue lo más sobresaliente del discurso de los canallas.
















Le pedí lo mismo a Valeria con hincha de Newells, amigos o conocidos de sus amigos. Palabras más, palabras menos, decían que son los más grandes del interior, que alientan sin parlante (en referencia a que habían encontrado parlantes en la cancha de Central que hacía que la hinchada canalla se escuchara más fuerte), que los mejores jugadores de Rosario siempre habían salido de Newells, que Central es de la B… El mensaje más remarcable, sin lugar a duda, fue uno que decía más o menos así y con un acento muy de enfermo de rock que se lo había tomado todo y que las neuronas andaban bastante escasas: “Ñuls es mi vida loco, es como los Redondos, yo viajo a ver a los Redondos y a Ñuls, los sigo a todos lados vieja, son mi vida, lo son todo, y no sé que mas decirte y como explicarte por qué lo quiero, andate a la puta que te parió, cornudo, puto…”.
Central Córdoba: fútbol más allá de la enfermedad
En el cuento Viejo con árbol de Fontanarrosa, uno de sus personajes, El Soda, intenta sobrar a un viejo que siempre se paraba en una esquina a ver como jugaba su equipo, un equipo amateur de una liga local. El fragmento del cuento dice lo siguiente:
El Soda pudo apreciar entonces que tendría unos setenta años, era flaquito, bastante alto, pulcro y con sombra de barba. Escuchaba la radio con un auricular y en la otra mano sostenía un cigarrillo con placida distinción.
– ¿Esta escuchando a Central Cordoba, maestro?- medio le grito El Soda cuando recuperó el aliento, pero siempre recostado en el piso. EI viejo giró para mirarlo. Negó con la cabeza y se quitó el auricular de la oreja.
– No – sonrió. Y pareció que la cosa quedaba ahí. EI viejo volvio a mirar el partido, que estaba aspero y empatado. – Música- dijo después, mirándolo de nuevo.
Solo nos falta Central Córdoba le pedí a Valeria. Ella, que lo conocía todo en la ciudad, me dijo -en la cancha no creo que haya problema para entrar, además conozco a un pibe que siempre ha sido fan de Central Córdoba, vamos a verlo, no hay muchos- terminó su frase y entendí el tono socarrón de El Soda en el cuento de Fontanarrosa.
Fue más difícil entrar al Gabino Sosa, el estadio del Club Atlético Central Córdoba, que al Gigante o al Coloso, no porque se hicieran los difíciles ni nada por el estilo, si no porque el encargado del mantenimiento de la cancha había estado del otro lado de la puerta y no oía ni nuestro gritos ni los golpes para que nos hiciese caso. A los 20 minutos de insitir por fin nos escuchó y nos dio acceso sin límites al reducto.
Fue pasar de alfombras en las que se invierten miles de dólares a una cancha de chambas que se combinaba con espacios en los que predominaba con notoriedad la arena. Caminamos por toda la cancha y cuando estábamos acercándonos al otro extremo al que entramos, un pájaro empezó a sobrevolar nuestra cabezas amenazando con atacarnos mientras el cuidador algo nos gritaba con gestos de desesperación. Apagó el tractorcito con el que intentaba emparejar el suelo y le logramos entender: “no vayan para allá que en la esquina tiene su nido el tero y tiene varios pichones, los está protegiendo”, ahí entendí un poco más a Central Córdoba.
En las afueras del estadio había un mural con un rostro de una mezcla entre el “Che” Guevara y el futbolista brasileño Sócrates, con la palabra Trinche. Recordé el magnífico documental producido por el programa español Informe Robinson titulado El Trinche fue el más Grande y me acordé de lo feliz que se puede ser simplemente jugando fútbol, jugando por jugar y nada más.
Fuimos finalmente a casa de Claudio, el amigo que Valeria conocía, el fan de Central Córdoba. Se alegró y me confesó “a nosotros nunca nos toman en cuenta, que bueno que vos vayas a mostrar que en Rosario hay vida, que hay fútbol más allá de Central y Ñuls”. Claudio con gran pasión me mostró su cuadros, sus recortes y en nuestra conversación me mostró ese orgullo que tienen los hinchas de un club de barrio al que los alegra formar parte de algo cercano, humilde y a la vez tan real como la vida. Me regaló incluso una medalla de Central Córdoba para que no me olvide de un club que también es parte del imaginario rosarino.






























Carlos Gallego, un Quijote del fútbol
Encontrar Quijotes a los que les apasione el fútbol como juego, no como negocio, ni como plataforma política, siempre será reconfortante para mí en estos tiempos de fútbol bussines. Paúl Peñaherrera es uno de esos Quijotes (mi socio de Golazo.online). Él tuvo la generosidad de presentarme a otro Quijote, a Carlos Gallego, un escritor, futbolista en activo y, como se autodefine, en sus tiempos libres abogado, quien me citó para conversare en el café El Cairo, el santuario en el que el “Negro” Fontanarrosa se reunía con sus amigos para hablar de todo y construir su humor.
Gallego, amigo y compañero de cancha de Fontanarrosa durante muchos años, con gran paciencia y la maestría del que sabe, me regaló su tiempo para ilustrarme sobre todos los temas que se me ocurrieron preguntarle: el clásico rosarino, la pasión futbolera en la ciudad, el estilo de juego, los entrenadores, los jugadores, Rosario Central, Newells Olds Boys, Central Córdoba, anécdotas de Fontanarrosa…
Espero que el dicho popular “nunca es tarde cuando la dicha es buena” que también funciona en algunos casos con la variante: “nunca es tarde cuando la ducha es buena” aplique a este trabajo que por fin salió de la cuenta de pendientes para transformarse en un hecho. Si usted amable lector me acompañó y de ahora en adelante Rosario de Santa Fe está en su lista de pendientes de ciudades por conocer, habré logrado mi cometido de retratar algo de la escencia de Rosario: tierra de grandes…