-El Pedrito es “colchonero”, no se por que coño es del Atleti, pero ahí pasa sufriendo con el “Pupas”- le contaba mi amigo valenciano Alex en tono aclaratorio a su novia mientras revisaban unas fotografías en un aeropuerto del lejano medio oriente. En la picture, se me veía lucir orgulloso la camiseta a rayas rojiblancas que me había regalado mi chica, obsequio que fue fruto de mi insistencia pesada a punta de indirectas diarias con algo parecido a: “mira que linda que está la camiseta del Atleti este año” y de directas vía mensajes de WatssAp como: “Talla M y que no tenga publicidad en el pecho”.
Son varias las razones por las que soy del Atleti. La razón romántica la encuentro en los principios de la década del 80 cuando un tío viajó a hacer una capacitación en Madrid y a su vuelta nos trajo camisetas a lo niños de la familia. Yo era el menor de la cuadrilla de primos, supongo que todos se quedaron con la del Real Madrid y a mi me tocó la del Colchonero por descarte, es decir el Atléti me eligió. Futbolísticamente afiancé mi sentimiento rojiblanco con el histórico doblete de la temporada 95/96 que seguí por la señal abierta de la televisión ecuatoriana que transmitía el campeonato español, temporada en la que que con el “Cholo”, Simeone, Milinko Pantić, Luboslav Penev, Caminero, Molina, López, entre otros jugadores, bajo la conducción del serbio Radomir Antic, conquistaron Liga y Copa del Rey. Finalmente ya entrados en la segunda década del siglo XXI, en la era de galácticos, de BBC y MSN, encontré la respuesta de mi afición rojiblanca en el equipo que ahora dirige el “Cholo” Simeone, el que ganó la liga en la temporada 2013/2014, en el humanismo de un cuadro que lucha en todos los frentes con jugadores terrenales (de gran precio y jerarquía obvio) que para intentar dar pelea a los súper equipos con los que comparte Liga, tiene que jugar al 200% de sus posibilidades contra todos los rivales y reinventarse cada año en el que los superpoderosos equipos europeos no resisten la tentación de quitarle a sus figuras que más destacan en cada temporada.
La vida siempre ha sido generosa conmigo, entre muchas otras cosas me ha regalado una familia que es capaz de disfrutar de un partido de fútbol y que no desperdician ninguna oportunidad para ir a la cancha en el lugar en el que nos toque estar. En la capital española con tiempo para gastar, la ilusión e insistencia de mi mamá y hermana, terminaron convenciéndome de ir al Bernabeu a ver a “Cristiano Ronaldo y sus amiguitos” como posteó mi “vieja” en el Facebook. Obvio que dudé y hasta traté de convencerlas de que mejor era ir al teatro a ver cualquier obra, arguyendo que el partido contra el Espanyol se jugaría a las 20:30 de Madrid (se jugó el domingo 31 de enero en el Santiago Bernabeu) por lo que el frío sería insoportable. Finalmente las ganas y los argumentos de mi hermana y la invitación de mi mamá terminaron por imponerse. Desde un principio supe que no iba a ser cómodo ir a ver un partido del equipo que menos me gusta en el mundo, pero ante nada está la familia y luego claro, la cultura general obliga a un futbolero a ir a ver a uno de los equipos más poderosos del mundo.
Llegamos en taxi y el ambiente futbolero se respiraba ya en el Paseo de la Castellana, foto por acá, panorámica por allá, turistas asiáticos y rubios por todos lados. Tiendas fashion, bares de lujo dentro y frente al estadio, controles electrónicos de última generación, tickets electrónicos comparados por internet descargados con el teléfono móvil… vamos, si existe un primer mundo en el fútbol, allí estábamos, en un souvenir hecho estadio de fútbol.
Encontramos las localidades con facilidad y nos dispusimos a disfrutar del espectáculo por el que mi vieja pagó cifras de tres dígitos. De repente el frío madrileño desapareció y nos fuimos despojando paulatinamente de toda la parafernalia de abrigo que portábamos. La calefacción (encendida a media gas) era tan potente que todos los turistas “coloraditos” mirábamos asombrados las potentes estufas que colgaban del techo. Un lujo. Sobre el campo de juego precalentando las superestrellas y del otro un cuadro catalán que sin sus principales figuras (Felipe Caicedo se perdió el encuentro por lesión y dos jugadores cedidos por el Madrid no podían participar por la llamada por el ex jugador uruguayo Pablo García como “cláusula del cagazo” que impide que jugadores cedidos jueguen contra su club de origen) era un invitado de piedra que tenía la canasta preparada para que el de Madeira y compañía se la llenen. En las gradas mucho abonado que llegan como se llega al teatro, justo sobre la hora; un Fondo Sur que adaptando canciones made in sudamerica le ponen algo de color al espectáculo y el resto lo que en muchos estadios se grita como si fuera un insulto: turistas…
-Que emoción- me dijo mi mamá, Ilusa completó- va a ser un partidazo-. La regresé a ver y con un sentimiento ambiguo que mezclaba ternura y decepción, espeté: Esto termina 8 a o 9 a 0, de emoción poca… Pobre mi mamá, le liquidé la ilusión de ver un partido de verdad, con equivalencias, en el que la incertidumbre del resultado estuviera presente y en el que se quedaran fueran del campo todas las diferencias económicas y de plantel entre ambos. Lamentablemente tuve razón, al minuto 15 de juego los dirigidos por Zidane ya ganaban 3 a 0 y la única incertidumbre de ahí en adelante consistía en saber cuantos goles más haría el Madrid y si el Espanyol sería capaz de por lo menos gritar gol en una ocasión. 3 golazos de Cristiano, James también la metió favorecido por un rebote, Benzemá también colaboró con un resultado que terminó en set en blanco: 6 a 0. El partido más aburrido que he visto en mi vida, cero paridad, menos 10 de incertidumbre sobre el resultado, como que juegue la selección absoluta de Alemania contra la sub 17 de cualquier equipo profesional del Ecuador. Un suvenir en el que la gente va a tomarse las fotos y en el que Cristiano Ronaldo hace goles de a tres ante unos rivales que saben que es su jornada de tomar cicuta.
-Es una farsa esto- concluyó mi mamá mientras se sacaba fotos posando junto a otros millares de turistas, -yo pensé que el otro equipo también jugaba- sentenció.
–Por eso soy del Atlético le dije a mi hermana- mientras huíamos de la multitud y del «Hala Madrid» que resonaba en unos parlantes altisonantes.
-¿Por qué?- Preguntó mientras caminábamos buscando la entrada al metro de Madrid.
-Porque todavía juegan fútbol, porque cuando empieza un partido todavía el resultado es incierto, porque se sufre, porque a veces se gana, otras se empata o se pierde, y cuando se gana se lo hace apretando los dientes. Porque te sientes vivo, porque el otro equipo también juega y porque los que juegan son tan humanos como vos y como yo.